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viernes, mayo 18, 2007

Por 200 pesos el Hacienda Chichén Resort muestra parte exclusiva de "su propiedad"
Ofrece hotel paseo furtivo por zona en exploración de Chichén Itzá
Las ruinas arqueológicas están separadas del inmueble por una valla de madera y alambre
Improvisados guías llevan a los turistas de noche al lugar; el tour, idea del nuevo gerente
MONICA MATEOS-VEGA


Desde hace al menos tres meses, empleados del hotel Hacienda Chichén Resort ofrecen a sus huéspedes visitas clandestinas nocturnas a los vestigios arqueológicos que se encuentran un kilómetro al sur de la pirámide principal (El Castillo) de Chichén Itzá, cerrados al público por encontrarse aún en proceso de investigación y restauración por parte de especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Se trata "de un plus", dicen, que ofrece el complejo turístico a quienes deciden pernoctar en ese lugar, ubicado a unos cuantos pasos de una de las zonas arqueológicas más importantes del sureste mexicano.

Durante 2006, Chichén Itzá, en Yucatán, recibió un millón 200 mil visitantes y se calcula que este año llegarán alrededor de un millón y medio, lo que equivale al arribo, en promedio, de 4 mil 100 turistas diariamente.

Los trabajadores del hotel se jactan, precisamente, de que los huéspedes del Chichén Resort "casi no notan la división entre nuestros terrenos y la zona arqueológica, parece que ésta forma parte de nuestros jardines". Y es cierto.

Apenas unos pedazos de madera atados a un par de alambres de púas, que hasta los niños pueden cruzar, separan las instalaciones del hotel de la zona conocida por lo arqueólogos como Chichén Viejo, donde expertos coordinados por Peter Schmidt trabajan en un proyecto de investigación que comenzó en 1998 y que ahora se encuentra en su fase final.

El hotel ocupa una hacienda colonial que fue construida "con auténticas piedras de templos mayas", según reza el folleto de bienvenida. A partir de 1923, el Instituto Carnegie de Washington instaló ahí, durante dos décadas, su Expedición Arqueológica Maya, comandada por Edward Thompson, gracias a quien el lugar comenzó a ser conocido internacionalmente en los primeros años del siglo XX.

Luego, la propiedad fue adquirida por empresarios yucatecos (la familia Barbachano), con todo y sus vestigios históricos, para ser convertida en hotel. De hecho, los terrenos donde se ubica toda la zona arqueológica pertenece a particulares y no a la nación.
Está en nuestra propiedad

En cuanto un huésped se registra, en la recepción del Chichén Resort le ofrecen una excursión "única y exclusiva, para complementar su visita a la zona": un recorrido por la noche (la salida es a las 21:30 horas) "por unas ruinas a las que el público en general no tiene acceso en el día porque están dentro de nuestra propiedad, es un plus sólo para nuestros huéspedes; hacemos la visita a esa hora, para no interrumpir el trabajo de los arqueólogos", explican los empleados del hotel.

Así, de manera furtiva, inicia la caminata. Un improvisado guía dirige a los huéspedes que se han animado a pagar los 200 pesos por persona, sin recibo de por medio, por el recorrido que dura poco más de una hora. (La entrada durante el día a la zona arqueológica de Chichén Itzá, custodiada por el INAH, cuesta sólo 50 pesos).

Hay que sortear la oscuridad, por entre la selva, con una lámpara de diadema que el propio empleado proporciona. Luego, rodear las maderas que hacen de puerta y escuchar la advertencia continua: "no se pueden traer de recuerdo ninguna piedra, el INAH ya tiene todo inventariado". Ni un solo custodio del instituto se encuentra a esas horas por el lugar.

El muchacho no es profesional en el tema, apenas sabe que las ruinas a las que conduce forman parte de los edificios de la llamada Serie Inicial, formada por el Complejo de los Falos, los templos de los Monos, los Caracoles y los Búhos, así como unas columnatas.

Afirma que el nuevo gerente del Chichén Resort fue quien decidió organizar estos tours, "si lo tenemos, hay que mostrarlos a los huéspedes, dijo cuando llegó".

Cada noche acuden entre seis y 10 turistas. Si bien el hotel es pequeño (apenas cuenta con 28 habitaciones, incluyendo siete master suites), añade que nunca notan la diferencia entre las temporadas baja y alta, "porque a veces, con un solo camión de excursionistas, nos llenamos".
Ya en el lugar, los turistas se dan vuelo tomando fotos, viendo los mosaicos labrados colocados en el piso "y que los arqueólogos aún tienen que armar", entrando y saliendo de las estructuras, tocando la escultura de un Chac Mool y otra de una enorme tortuga que tiene la cabeza hacia el oriente. El sitio, aunque pequeño, contiene toda la belleza de la antigua cultura maya.

Las cubetas y algunas herramientas de los investigadores del INAH también están a la mano.

Los turistas preguntan al guía "¿dé qué periodo es este edificio?, ¿qué significan estos glifos?, ¿para qué usaban los antiguos mayas estas piedras?, ¿aquí era una tumba?"

Las respuestas son vagas, imprecisas.
-¿Podemos venir de día? -se le inquiere de nuevo.
-No, porque molestaríamos a los arqueólogos.

-¿Pero tienen permiso del INAH para hacer estas visitas?
-Los vestigios están dentro de nuestros terrenos -dice a manera de punto final, y apura el paso para regresar al hotel.

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